domingo, octubre 02, 2005



Este cuento que quiero compartir con los peralillanos es de uno de los nuestros, es del "loco Mena" (Como lo llamaba René Mena, su hermano), quien llevó por el mundo el nombre de nuestro pueblo y que hoy tiene sus cenizas repartidas en diferentes lugares del valle y creo que sobretodo en el Cerro Grande. Este cuento es uno de tantos que se encuentran en su antología llamada "Cazuela de Ángeles" editada por la Red Internacional del Libro y que yo tuve la oportunidad de encontrar en la librería "Macondo" de Arturo Volantines en La Recova de La Serena y posteriormente con el propio René Mena.
Este cuento refleja varias situaciones familiares como es: la infancia marcada por el cerro, por la luna y la fantasía que entrega ese cielo tan especial del Valle de Elqui; también el viejo dicho peralillano de que "si se nos pierde el Cerro Grande nos desesperamos"
En fin, ahí les dejo la pluma de este peralillano con su cuento que envidiosamente quisiera haber escrito yo.

EL CERRO GRANDE, LA LUNA Y YO.
(Gregorio Mena Barrales Q.E.P.D)

El cerro era muy alto, muy alto: Quizá llegaba hasta el cielo.
Sí debía llegar hasta el cielo, porque en invierno lo tapaban las nubes y éstas están colgadas del infinito…
La cima rozaba su lomo pétreo con las estrellas… O a lo peor no, pero en todo caso debía estar muy cerca…
Un cerro maravilloso: grande, cubierto de rodados centenarios que alguien hizo en sus laderas. ¿Sería un gigante que se deslizó por sus faldas, sería que el gigante gustaba de jugar en las noches sin estrellas?
Había una roca negra, siempre negra, a cuyo pie, contaban los adultos, brotaba una fuente de agua pura y una quebrada profunda, peligrosa…
En invierno el cerro vestía de blanco, una capa alba cubría su superficie, casi hasta el pie. La nieve, luego se iba retirando con el calor. Cada día más arriba, hasta que al final dejaba de estar.
(¿Dónde se iría la nieve? ¿Sería que el gigante se la comía como helado?)
El cerro termina, por un costado, al borde del valle. Por el otro se une a otros cerros formando una cadena interminable de colosos.
La tierra es tierra de cerros, muchos cerros, muchos, pero sólo éste era "mi cerro". Hubiera querido trepar hasta su cumbre.
(Nunca pude cuando niño y después de adulto no quise hacerlo.)
Hubiera querido tantas cosas: escribir un poema con letras enormes en el pizarrón de sus laderas, en el risco más elevado y luego gritar, cantar a la luz y a la vida…
¡Un cerro muy hermoso!
En las tardes, cuando el sol se iba a descansar, el cerro captaba los últimos rayos y los reflejaba sobre el valle; pero después, gastadas las energías solares, todo quedaba oscuro, negro, feo…
Entonces yo me ponía a esperar la Luna.
(No siempre venía. Otras veces, al oscurecer, ya estaba rielando por los senderos espaciales.)
De vez en cuando aparecía sólo un trocito. Una vez a la derecha y otra vez a la izquierda.
(¿Sería que alguien escondía los trozos lunares para jugar con ellos? ¿Sería que el gigante gustaba de comer pedazos de luna en un sándwich de tiempo?)
Pero otras noches llegaba. Asomaba su cara redonda y fría en la cima de "MI CERRO" . Iba apareciendo lentamente… Un cuarto, la mitad, tres cuartos… toda…
Era un proceso hermoso ver aparecer la luna. La noche se volvía campanas y paraíso de flores…
Cuando estaba a media cara, cuando el cerro dejaba ver solamente una parte, hubiera querido tener una caña, un palo muy largo, una red quizá y trepar corriendo hasta la cumbre y atraparla.
Soñé mucho con pescar la cara blanca y pura que asomaba tras el cerro, tras "MI CERRO", para hacerla mía.
(¿Qué habría hecho con la luna? ¿Un juguete, o a lo mejor un manjar, o una rueda que girara por siempre jamás…?)
Nunca tuve la caña de pescar lunas, y, repito, nunca subí al cerro.
¿Sería la luna de azúcar?
¿Sería un queso grande, con el que se podían alimentar familias y pueblos?
¿Sería un globo de aire e ilusiones?
Pero la luna, el cerro, la noche, la caña y mis sueños fueron el conjunto mágico de mi infancia campesina.
(Un día vi como Amstrong pisó la luna y se terminó la poesía: la luna de mi infancia, de mis sueños, de mis fantasías era una masa sin vida que rodaba y rodaba alrededor de la tierra.)
La Luna no tenía alma, un astro muerto, un espejo triste que pisotearon.
Una luna de mierda compuesta de elementos químicos, ¡ruines y comerciales!)
Pero no, "MI LUNA" sigue tras el cerro del valle y a lo mejor otros niños sueñan con atraparla y hacerla suya.
Ahora, muy lejos, miro otras lunas, sin caña, sin cerros y sin esperanzas…

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