sábado, abril 21, 2007

ESTO TAMBIÉN ESTABA EN www.chile.com

La Ruta Antakari

Recorrimos en bicicleta muchos rincones desconocidos de la Región de Coquimbo...

Los Incas, al traspasar el desierto de Atacama y llegar sobre los actuales valles de la IV región, idearon una ruta que los llevaría por toda una zona minera que, posteriormente, durante el siglo XVI fue aprovechada mayormente por los españoles. Fue bautizada como “Antakari”, lo cuál significa en quechua “Gran Hombre de Cobre”, siendo precisamente la explotación de ese metal el que unió a los valles del Elqui, Río Hurtado y Andacollo.

Con el tiempo el camino fue olvidado. Sin embargo, durante este año fue rescatado y convertido en uno de los proyectos emblemáticos que le darán nueva vida e interconexión a los faldeos cordilleranos. Turismo Lancuyén, una de las empresas que más innova en cuanto al conocimiento de la región, invitó a Chile.com a participar en un recorrido en mountainbike por los principales atractivos de cada lugar. Y vaya que si los tiene.

Cocinando al Sol en Villaseca
Es pasado el mediodía y el astro rey se deja caer con fuerzas en Villaseca, un pequeño poblado cercano a Vicuña. Las casas se diseminan en una loma desértica cuando aparecen carteles que anuncian la cercanía a las cocinerías solares. Desde acá comenzará el pedaleo pero antes conoceremos a Julia Flores, presidenta de la Asociación Gremial de Artesanos Solares.

Un restaurante creado hace 6 años y un patio lleno de pequeños hornos espejados y algunas parábolas llenas de mosaicos del mismo tipo, son los materiales con que un grupo de mujeres aprendieron hace más de una década a usar las bondades del sol para cocinar de una manera económica, ecológica y por demás gustosa. Doña Julia destaca que sobre todo ellas han aprendido a “observar la naturaleza” con esta forma no tradicional de gastronomía.

Con temperaturas que alcanzan los 180º Celsius y siempre al aire libre, preparan platos como cabrito al jugo, cazuelas, pastel de choclo o una mítica leche asada. Pan amasado, queque y otras degustaciones son el puntapié inicial al viaje.

Tomamos las bicicletas y cascos y comenzamos a descender una pequeña pero veloz colina.

Diaguitas: Artesanía de la Tierra
Pocas
formas de viajar podrían emparentarse al sentido que da la bicicleta. Tal vez sólo caminar, pero la bicicleta da rapidez, tiempo de observación y bastante ad
renalina también si uno así lo quiere.

Aún la gente se detiene a mirar, desde la comodidad de los autos, a los ciclistas que van de viaje. Y eso ya le da algo de sabor único. La siguiente parada es el poblado de Diaguitas, de casas antiguas y de adobe y con una plaza llena de grandes árboles, dado una sombra realmente necesaria.

Como ya fue dicho el sol acá es implacable. Jugos
y frutas dan la pausa necesaria, los guías de Ciclón Tour, empresa asociada a Lancuyén, revisan nuestros vehículos. Para el que está cansado se sube a la camioneta de apoyo, pero a nadie se le ocurre eso aún.

Transitamos en medio de una paz que sólo se da en los pueblos. Por un camino de tierra nos acercamos al taller de Fernando Mahuad. Avecindado hace siete años en la zona, este artista se ha dedicado a la investigación y fabricación de piezas de cerámica basadas en las antiguas técnicas diaguitas, pueblo originario que habitó estos parajes siglos atrás.

Usando pigmentación natural, de la arcilla que encuen
tra en los cerros del Elqui, Fernando ha creado una verdadera galería de objetos que es más visitada por extranjeros que nacionales.

De Krishna al Mamalluca
Montamos las bicicletas y avanzamos por un camino secundario. No a mucho transitar nos encontramos con una sorpresa agradable y que detiene en el acto el avance del pedaleo. Una alta edificación cónica se eleva a un costado de la ruta.

Cuatro jóvenes se acercan y saludan con el característico “Hare Krishna”, frase distintiva de este movimiento védico. Nos invitan a pasar al templo, a beber agua y nos cuentan acerca de su forma de vivir en medio de la naturaleza, con oraciones, alabanzas y vegeteranismo a ultranza. El templo fue construido en adobe y es todo un atractivo en sí mismo.

Continuamos la marcha. La idea es llegar a ver el atardecer al observatorio astronómico Mamalluca y para eso es necesario comenzar un duro ascenso hasta los 1.150 m.s.n.m. Solamente somos dos los que intentamos avanzar mientras el camino se vuelve cuesta arriba en medio de la aridez que caracteriza las alturas del valle. La respiración agitada, las cactáceas silentes y una brisa fresca que antecede al ocaso son los testigos de esta primera prueba al físico.

A la media hora sólo queda quien escribe intentando lidiar con la, ahora, interminable cuesta. El vehículo de apoyo pasa y sus integrantes lanzan exclamaciones de apoyo. Sin embargo, para agilizar la llegada al observatorio, hacer las fotos y llegar a la vedette de la jornada, el descenso, me sumo a la camioneta.

Una vez en la cima es posible asistir a uno de los tures por el observatorio o bien admirar la enorme panorámica que se visualiza de Los Andes y sus paredes rosáceas producto de la caída del sol. Tomamos las bicicletas nuevamente y nos aprestamos a seguir cerro abajo.

¿Cómo describir una sensación así? La velocidad alcanza un límite en que cualquier mal movimiento puede causar una dolorosa caída, los brazos están firmes sobre el manubrio y la mente ni piensa, sólo manda órdenes simples. El viento en la cara y a los pocos minutos todo el sudor del ascenso ya es historia: nos encontramos abajo con sonrisas y la adrenalina aún a tope. Fin del primer día.

La Ruta de Antakari II

La segunda jornada de bicicleta recorre el trayecto del río Hurtado rumbo a Samo Alto...

Es temprano en la mañana y en el Hostal Valle Hermoso, de Vicuña, ya hay olorcito a desayuno. La vieja casona, del año 1870, no sólo ofrece un servicio ideal para nuestros cansados cuerpos de pedaleros, si no que un calor de hogar y cordialidad a cargo de Nury, la dueña.

Además de un magnífico desayuno, el Hostal ofrece masajes corporales, reflexología y baños de vapor en cajón. Las fuerzas se reponen fáciles así.

En medio de la opípara merienda matinal, analizamos la ruta para este día. Subiremos en la camioneta hasta el límite con la provincia del Limarí, por la antigua carretera que unía estos valles y que hoy está en conocimiento de poca gente.

Cerro Abajo
A pesar del poco uso que se le da al camino, se encuentra en muy buenas condiciones. Tras los primeros kilómetros, nos encontramos a una apreciable altura trepando sobre los cerros y con una panorámica completa sobre el verdor que provoca el cauce del Elqui. Detenemos la marcha y hay tiempo para las fotografías y para divisar uno de los miradores de la Ruta Patrimonial de Los Andes.

Posteriormente el camino serpentea y los montes comienzan a rodear ambos flancos. La vegetación se torna semi-desértica, destacándose principalmente especies cactáceas en flor y pimientos. El espectáculo de la naturaleza se mezcla con la aparición de algunos fundos que plantan, en plena soledad, vides.

Luego de una hora de trayecto, no ubicamos en la zona más alta de la carretera. El letrero que da la bienvenida al Limarí es la señal exacta para desmontar las bicicletas y desentumecer los músculos.

Salen bromas y son evidentes las energías para hacer el trayecto. Desde la altura se alcanza divisar el observatorio Gemini sumado a un descenso lleno de curvas y calamina. No pasa mucho tiempo antes de probar la entereza física y técnica de cada uno de los tres personajes, Iván, Antonio y el periodista, que vamos cerro abajo.
Los diez kilómetros que nos separan de la localidad de Río Hurtado pasan raudos. La velocidad es increíblemente superior a la bajada del Mamalluca y las curvas bastante más cerradas. La camioneta rápidamente queda atrás y nos comenzamos a distanciar mientras cada deportista toma su propio ritmo.

Río Hurtado-Pichasca
Nos reagrupamos en una cancha de fútbol de tierra, como todo lo que rodea al paisaje: montañas, laderas y calles terracotas. Solamente el paso de las aguas del Hurtado verdean el valle.

Hora de almuerzo: en un pequeño restaurante/oasis nos comemos una enjundiosa cazuela, previo tomate relleno. Aunque todo invita a una siesta para capear el potente sol, al poco rato retomamos la senda con las bicicletas para avanzar los casi 30 kilómetros que nos separan de San Pedro de Pichasca, objetivo central del día.

Los pequeños pueblitos que encontramos en la ruta son de trazado simple, de adobe en su construcción y de un solo piso. Los pobladores nos miran pasar con pequeña sorpresa. Por cierto no seremos los primeros que hacen esto, pero si pertenecemos a la poca gente que se ha aventurado en un valle tan cercano a las grandes ciudades de la IV región y, a la vez, bastante desconocido.

El camino no es sólo descenso y corre un viento en contra que no da la movilidad que uno imaginaba. Sin embargo el esfuerzo hace bien, los músculos sienten el trabajo y el desafío se torna en una placentera forma de viajar.

Pasada un par de horas, en las que aparecieron iglesias abandonadas y bandadas de tricahues, el ave símbolo de Río Hurtado, llegamos al poblado de Pichasca. Unos kilómetros más adelante nos desviamos al villorrio de San Pedro, lugar avecindado al Monumento Natural Pichasca.

Tierra de Dinosaurios
La reserva resguardada por CONAF, que comprende 128 hectáreas, esta emplazada en lo alto de los montes y con una buena perspectiva del entorno. Su importancia superlativa es que en su interior han sido hallados vestigios prehistóricos únicos en la región.

Fósiles de árboles de hace 70 millones de años emparentados a las araucarias y el hallazgo de osamentas incompletas del Titanosaurido con data de 75 millones de años, ambos del Mezosoico o era Secundaria, se suma al descubrimiento de una cueva denominada “Alero Rocoso”, con antigüedad de 10 mil años, en donde los hombres primitivos se resguardaban. Evidencias de ellos son pictografías y puntas de flecha ubicadas en el sitio.

Lo bueno es que el Monumento está completamente señalizado y con rutas para recorrerlo íntegramente. Por ello aprovechamos las bondades de la bicicleta y nos internamos en algunos de los senderos. Obviamente la dificultad es mayor, sin embargo, sería absolutamente beneficioso que también fuese pensado el trayecto para dos ruedas.
Fotos de rigor con la réplica del dinosaurio que habitó Pichasca y que es el chiche de los niños. Y los no tanto.

Medio Sendero y Camping Estrellado
Es claro que los atractivos de una región deben estar inmersos y concatenados. Mejor ejemplo de ello es que a pocos metros del Monumento Natural se ubica el inicio del Sendero de Chile que recorre a través del faldeo y con vista al río 17 kilómetros hasta llegar a Samo Alto.

Cae la tarde mientras avanzamos en una ruta desprolija y con cierto grado de dificultad, sobre todo en las caídas ya que hay mucha piedra suelta. Aún así el paisaje y el ocaso del día hacen placentero el último tramo del pedaleo de la jornada. Si algo tiene este trazo del Sendero es buena vista. Las hileras de cerros que encierran al valle y el río que verdea intensamente la zona central hacen pensar en el por qué no viene gente para acá. Tal vez sea mejor que se mantenga en este anonimato de masas y no se produzca una avalancha tipo Elqui. Tal vez cada lugar tiene una historia para contar distinta y diferentes personas para cada uno. Da lo mismo, ya llegamos al camping que nos dará cobijo hoy.

Noche de carpas, asado en parrilla y cientos de estrellas que aparecen en la oscura bóveda que ha hecho famoso al cielo de la región de Coquimbo. El río Hurtado nos arrulla con su canto. Dormimos profundamente esperando la nueva aventura

ARTÍCULO PRESENTADO EN EL SITIO www.chile.com

La Ruta del Pisco

El Valle del Elqui es reconocido por el exquisito licor que allí se produce...


No pasa inadvertida la fama del valle del Elqui con sus grandes plantaciones de vides que acompañan el camino una vez tomada la ruta hacia Vicuña. Una innumerable cantidad de letreros, avisos comerciales y hasta torres de agua pintadas con colores de los piscos locales hacen que la tentación de probar una vez más sus abocados sabores y sus felices consecuencias sean permanentes.

Muchos bebedores y pocos conocedores, pienso. ¿Cómo se hace el pisco? Está claro que de la uva, pero ¿cómo?. Para aficionados, bebedores sempiternos y turistas la solución se encuentra en la cuna de su fabricación, ya que entre Vicuña y Pico Elqui, en pleno corazón del valle, se encuentran las industrias pisqueras que, desde la más artesanal hasta la robotizada, hacen producir y trabajar a la mayor parte de los pobladores locales.

Pisco Capel
En las cercanías de Vicuña se encuentra la planta más grande de la región: Pisco Capel. Desde antes de entrar ya se siente el aroma a pisco. Una impresionante casona colonial da la bienvenida a los visitantes, en donde la guía espera que se junte un grupo para comenzar la visita, mientras una enorme botella propagandística de 35 grados apadrina el paisaje.

Una vez reunido el grupo se da el vamos al conocimiento etílico. En la primera fase de muestra como llegan las uvas en la “recepción de uva de molienda”, en la que hay un foso con unos tornillos gigantes sin fin que limpian la uva. El primer concepto importante es que la uva utilizada es de tipo moscatel y que su producción se da entre febrero y mayo, donde más de 1500 productores se dan cita en la planta. Segundo concepto es que entre más dulce la uva, mayor grado alcohólico dará, por lo que se dividen en la producción de mejores y no tan buenos piscos.

La segunda fase del recorrido nos lleva, entre un perforador aroma a alcohol, al área de fermentación, en la que se encuentran tubos de concreto en que se calienta la uva hasta llegar a producir vino. Si, vino y ese es el tercer concepto en nuestra escuela pisquera porque del vino se saca el pisco, pero no cualquier mosto si no que uno de alta graduación alcohólica.

Posteriormente pasamos al área de destilación donde se encuentran enormes alambiques en los que el vino obtenido se le aplican altas temperaturas para obtener vapor de alcohol que posteriormente se condensa, dejando las impurezas afuera, para tener como resultante alcohol puro de uno 50 o 60 grados. Toda una bomba. Pero a no temer, aunque para otros puede ser una decepción, este destilado se suaviza con agua y ese es el cuarto concepto de suma importancia, todo pisco tiene su poquitín de agua que rebaja sus grados hasta los conocidos.

La guía, vestida de un intenso rojo, se pierde en una zona oscura, la parte de la guarda, donde barricas de madera de distinto tipo reciben al licor para su maduración. Los piscos de batalla son guardados por pocos meses en inmensos recipientes de raulí, mientras las finezas son guardadas en roble americano por algunos meses hasta llegar a un par de años.

La visita finaliza en la zona de embotellamiento, en la que un inmenso robot guarda al año la espectacular suma de 36 millones de botellas por año. Como para sentirse orgulloso.

Tanto pisco da sed y como no podía ser de otro modo, somos llevados un bar dentro de la casona inicial a compartir un pequeño pisco sour, mientras en las otras habitaciones se venden los productos de Capel en todas sus marcas a muy bajos precios incluyendo, aparte del licor, poleras, gorritos, lápices, etc. Como para salir a piscolear.

Artesanos y Rigoberto Rodríguez Rodríguez
Internándonos en el valle del Elqui, cada pueblo pareciera vivir para la producción de pisco. Negocios con sus avisos, paraderos de microbuses con sus colores y las siempre eternas plantaciones de uvas que, en algunos casos, llegan a retar a la gravedad con sus posiciones en las quebradas de los cerros.

La próxima parada es en la tierra de Gabriela, Monte Grande, donde cercana a su hermosísima plaza está la planta de molienda de Artesanos del Cochiguaz. Con su infaltable aviso del burro parrandero, da la bienvenida, pero el lugar vive en calma hasta que comienza febrero, época en que la acción llega con los viñateros de la zona. No es para desilusionarse, igualmente puede conocer las instalaciones y adquirir uno de sus productos en la sala de ventas, especialmente su figura principal: Artesanos de 50 grados, un manjarcito.

A pocos kilómetros, se encuentra el poblado de Pisco Elqui, ¿por qué el nombre, se preguntará? Hasta el año 1939, se llamaba Unión, pero Gabriel González Videla, el mismísimo presidente pero en esos tiempos diputado, propuso el cambio del nombre al llegar la noticia de que Perú quería registrar internacionalmente el “pisco” como propio. ¿Le suena?

Bueno, en este poblado se encuentra el Solar de Tres Erre, a un costado de la preciosa plaza de Pisco. En medio de cerros llenísimos de uvas y un sol constante, no apto para la caña (discúlpen el folclorismo), se puede realizar una visita todos los días del año. Acá se recibe la uva y se trabaja de igual manera que en la planta de Capel, pero de una manera mucho más artesanal. De hecho trabajan acá solamente 10 personas que son las responsables de los más de 1 millón de litros de pisco que posteriormente se embotellan en la planta de Control en La Serena, ya que Tres Erre pertenece a esta sociedad.

Además hay un museo con antiguas máquinas para la elaboración de alcohol, fotos de la zona y la infaltable y siempre bienvenida degustación. Los precios siguen bajos, con lo que se mantiene la tentación.

¿Tres Erre? Sigla de Rigoberto Rodríguez Rodríguez, uno de los primeros productores de la zona y cuya marca fue comprada por Control a sus descendientes quienes mantienen la tradición pisquera pero bajo otro nombre: Los Nichos. Ubicada a 4 kilómetros siguiendo ruta hacia Alcohuaz, puede encontrar esta planta hermosamente artesanal y en la que su principal atracción es un subterráneo que se utilizaba de cava y también de zona de divertimento, ya que don Tres Erre y sus amigos se encerraban ahí en unas juergas de días y días. Todo ello visible en los rayados de sus paredes, sus pinturas y la especial mística que se siente en su interior y que hacen, provocan e incitan a seguir el ritmo fiestoquero. Siempre con una botellita de pisco en la mano. Salud.