jueves, junio 08, 2006



Los días de lluvia en mi pueblo.

Uno de los recuerdos más añorados de mi infancia, lo constituyen aquellos días de invierno en que llegaba la anhelada lluvia al Valle de Elqui. Esos días venían con su olor a tierra húmeda, con su viento de lluvia, con las oscuras nubes que tapaban los cerros circundantes: el Cerro Grande, el Mamalluca, el Porongo y sobretodo la cordillera que normalmente se divisaba más allá de Rivadavia. También esos días eran de incertidumbre, ya que "si salía el terral se acababa la lluvia" y llegaba con él la tibieza que hacía que esa zona del Valle tuviera su microclima, creo que otro artículo lo haré exclusivamente sobre el famoso "terral".

La lluvia traía descanso para la gente del campo, los obreros y patrones que no podían trabajar en los diversos potreros, por el barro y el agua que se venía de los cielos. También daba la oportunidad de salir a excursionar, de ir a los cerros a caminar o a cazar pájaros y liebres, a la quebrada de Los Loros, llegando a la Coipa, al Sauce o a otros sectores con los que quisieran ir a pie o a caballo. A veces la excursión era más larga y salíamos hacia la quebrada de Uchumí, a cazar o a ver la bajada de la quebrada, que se venía con todo llegando al río y dejando cortado el camino y peligrando algunas casas, potreros y corrales cercanos.



Algunas veces la lluvia se venía con ganas, "San Isidro" abría todas sus compuertas y el agua que siempre se necesitaba, sobretodo para los ganados de cabras, se convertía en un problema y hacía daño, no sólo con las bajadas de quebradas, sino también anegando las casas más pobres, cortando los caminos y provocando grandes problemas con aluviones y barriales. En esas ocasiones aparecía la mano solidaria, con brigadas de rescate que se organizaban en el pueblo, con los amigos que llegaban con sus vehículos y herramientas a tratar de ganarle a la naturaleza y eran interminables horas que al final se convertían en parte de las tantas historias que pueblan nuestras vidas.

Hoy aquí en Arica, en una ciudad que no conoce de lluvias, sólo me queda recordar que en el verano recién pasado me llevé uno de los gustos más grandes de los últimos años, VER LLOVER, esto ocurrió en una salida a pescar con mi padre, mi hermano, mi primo Toño Madrid y el Musrri, que fuímos al Río Hurtado donde nos tocó un temporal enorme con una violenta lluvia que en pocos minutos dejó casi intransitables los caminos. Allí pude darme el gusto de mojarme con agua del cielo, gritarle a las nubes y sentir esas sensaciones que hacía muchos años no sentía. Por esto las fotos que pongo en este artículo corresponden al Valle hermano del Río Hurtado y son de esa salida gloriosa por la llamada Ruyta Antakari.